En esta vida hay clases sociales, después de muertos TAMBIÉN.
Los nobles eran enterrados en panteones o sepulcros de mármol en el interior de las iglesias y monasterios.
La clase media tenían sepultura en el suelo de las iglesias y la clase baja era enterrada al aire libre, junto a las iglesias parroquiales. NO IMPORTA EL COMPORTAMIENTO DURANTE LA VIDA.
En España, la costumbre de enterrar a los difuntos en el interior de las iglesias se inició en el siglo XIII y se alargó hasta el siglo XIX. Todos querían ser enterrados cerca de las reliquias de los santos. Por otro lado, se creía que era útil que los sepulcros estuvieran en la iglesia a la vista de los fieles para que se acordarían de sus familiares difuntos y los incluirían en sus oraciones.
Al ser el espacio limitado en las iglesias se llevaba a cabo la "monda de cuerpos", esto es, removiendo el cuerpo enterrado anteriormente, y separando los huesos (que iban al osario) de la carne putrefacta ( que era mezclada entre la tierra de la tumba). Estas macabras costumbres eran muy desagradables por el fétido olor que se propagaba por toda la iglesia.
Según José Luis Martínez Sanz, "los problemas de espacio o insalubridad, incluso el peligro de peste, se presentaban en tiempos de aumento de la mortalidad (por hombrunas, carestía, guerras, epidemías, etc.), o en las zonas del fondo de la iglesia y especialmente a partir del aumento demográfico.
En marzo de 1781, se desató una epidemía de peste que asoló el país. Se inició en Guipúzcoa, en la parroquia de Pasajes, al parecer, por el excesivo número de cadáveres sepultados en la iglesia. Hubo 83 muertos a causa del " fedor intolerable que exhalaba la iglesia parroquial por los muchos cadáveres sepultados allí y que hizo necesario cerrar sus puertas y desmontar su tejado para darle respiradero". Este hecho promovió la Real Cédula de 3 de abril de 1787, por el cual, Carlos III prohibió los enterramientos en las iglesias y ordenaba "restablecer el uso de los cementerios ventilados para sepultar los cadáveres de los fieles" fuera de las ciudades. En 1786, a modo de experimento, el rey había creado los cementerios de los Reales Sitios de El Pardo y La Granja.
La medida tuvó una gran resistencia popular y el plan de Carlos III de dotar de cementerios a todas las ciudades del Reino no se realizó, salvo algunas pequeñas poblaciones.
El Arzobispo de Toledo, Francisco Antonio Lorenzana, concedió 80 días de indulgencia plenaria a los que asistieran a los enterramientos en los nuevos cementerios y aseguró que la resurrección de los muertos se daría exactamente igual para los enterrados en las iglesias que en los cementerios. Para la gente ésto sonaba a herejía.
Carlos IV lo volvió a intentar en 1799 pero sin éxito. La mortandad masiva de 1804 obligó al rey a promulgar una Real Orden urgiendo la creación de cementerios públicos. Se proyectaron cuatro cementerios en las afueras de Madrid en sus puntos cardinales, norte, sur, este y oeste. El Ayuntamiento de Madrid pusó 40000 reales.
Por Real Decreto de 4 de marzo de 1808, se prohibió el enterramiento en las iglesias y de los cuatro cementerios proyectados se construyeron los llamados Cementerios Generales del Norte (1809) y del Sur (1811) y por orden del rey José I (Pepe Botella).
En Madrid las Cofradias Sacramentales crearon cementerios para los cofrades. La primera que creó un cementerio fue la Sacramental de San Isidro, éstos cementerios estaban más cuidados que los cementerios municipales.
Los cementerios y sacramentales se construyeron en el norte y en el sur de Madrid. Cuatro de ellos en la zona de Arapiles (General del Norte, San Ginés y San Luis, Patriarcal y San Martín), dos junto a la calle Méndez Alvaro (San Nicolás y San Sebastián) y uno al otro lado del Puente de Toledo (Cementerio General del Sur).
El Plan de Ensanche de Carlos Mª de Castro incluía la desaparición de los camposantos situados en Méndez Álvaro, la urbanización del barrio de Delicias fue cercando los cementerios de San Sebastián y San Nicolás. En 1876 los vecinos pidieron el desmantelamiento de dichos cementerios.
El 1 de septiembre de 1884, y coincidiendo con la inauguración del cementerio de la Almudena o Necrópolis del Este, el ministro Francisco Romero Robledo ordenó la clausura de todos los cementerios y de las sacramentales. La medida afectó a todos menos al cementerio de San Martín, donde se siguió enterrando hasta principios del siglo XX, ésto creó unos descampados plagados de sepulturas y panteones alrededor de la Glorieta de Quevedo.
En la actualidad, Madrid cuenta con 20 cementerios. En Vallecas hay una lápida de 1570. Los de Carabanchel y Fuencarral son de la misma época. El cementerio más antiguo dentro de la ciudad es el de San Isidro de 1811. El más moderno es el del Sur, de 1976.
Apuntes sacados del libro de Mª Isabel Gea Ortigas "Antiguos cementerios de Madrid" Ediciones La Librería Madrid 2008
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